
LAZOS DE SANGRE
Tres generaciones ligadas a Gente Nueva
Gladys González tiene 58 años, es mucama y empleada doméstica, pero sobre todo es la abuela paterna de Piuke que tiene 16. Vero, a sus 38 años es la madre de Piuke, la mayor de tres hermanos. Todas viven en Villa Llanquihue, en el ocaso de la Avenida Bustillo. Ellas comparten varios otros denominadores en común y uno de ellos es que las tres estudian en algunas de las escuelas de la Fundación Gente Nueva. Por momentos la madre, su hija y su abuela se sientan juntas, con unos mates compartidos mientras hacen la tarea. Son personas de barrio, y tienen rasgos bien patagónicos, de esos que dejan marcas y surcos en cada invierno. Esas manos que saben lo que es hachar y picar leña y enfrentarse al viento del oeste que le pega a cualquiera por igual. A través de sus palabras, fuimos recreando su historia que fue creciendo a la par de esta Fundación y su sentido de pertenencia transitando diferentes modalidades educativas.
“La primera vez que vine a Gente Nueva fue hace 22 años y todavía no tenía lugar en el barrio Villa Llanquihue para reunirse, entonces nos juntábamos en el centro comunitario. ¡Mi último hijo todavía no había nacido y ya es mayor de edad!. En ese momento estaba cursando la primaria. Creo que aprender siempre es muy bueno, si es que una tiene la necesidad. En su momento hice hasta segundo grado nomás y ahí me retiraron de la escuela porque tenía que cuidar a mi hermano porque mis padres trabajaban y no pude seguir estudiando.
Después ya no continué porque quedé embarazada de mi hijo menor y se me hacía difícil, porque la secundaria estaba en Virgen Misionera y aunque allí había guardería, se me complicaba tomar el colectivo en invierno, y subir desde el lago hasta arriba de Pioneros, y después volver a casa. En ese tiempo no existía la línea de colectivos 51, asi que me acobardé y no quise hacerle pasar por esa situación a mi niño. Recién cuando tuve a mis dos hijos mayores, me animé a continuar. Así que cuando comenzó este año la escuela en el km 23 me anoté sin dudarlo, porque de esta manera también ayudo a mis nietos a estudiar”.
Su historia es la de muchas que tuvieron que interrumpir sus estudios por las necesidades familiares, laborales o la falta de acceso a la educación pública. Sin embargo cada vez que suenan uno de estos relatos en primera persona algo se mueve dentro, algo late e invita a creer.
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Verónica Santos, en boca de ella “hace un poco de todo”. Es feriante, y además de tener a sus tres hijos, sostiene su emprendimiento de plantas medicinales en donde hace preparados de tinturas madres, cremas, jabones y ungüentos que vende en diversas ferias itinerantes y puntos fijos de la ciudad.
“Cursé primaria y parte del secundario en Ingeniero Jacobacci. Así que cuando vine para estos lados, traté de finalizar pero era mucho viaje ir hasta el colegio y no me coincidan los horarios, así que dejé. Pero la propuesta de terminar el secundario en el barrio, me pareció una buena idea y me anoté antes que nadie. Y si bien cuando llegué a la primera reunión me llené de dudas, la verdad es que los profesores son copados, y hay una dinámica en donde nos conocemos todos. Si este año lo curso completo ya termino y veré qué hago con esos conocimientos, pero seguro voy a estar muy contenta. A veces me llama la atención seguir cursando una carrera, pero antes tengo que concluir el secundario y después ver.”, dice emocionada mirando a su hija con un brillo especial en los ojos.
Piuke, la hija de Vero, a sus 16 años cursa cuarto año en ESRN Amuyén, orientado en administración de empresas. Esa carrera le implica materias económicas, que son administración, economía social y solidaria y gestión de Pymes.
Además de las clases participa del centro de estudiantes, y de una organización feminista con sus compañeras. Como si fuera poco se acerca a en las peñas y a las diferentes actividades culturales que se convocan. Nos cuenta que en el futuro le gustaría estudiar psicología, que es todo lo contrario a lo que está haciendo ahora, lo que despierta la risa y chistes por parte de su familia.
Para ir a la escuela se toma dos colectivos desde su casa. Primero el 20 y después el 51 que la deja a unas cuadras de su colegio. “Por suerte vamos juntos con unos 10 amigos del barrio y no se hace tan duro el viaje porque salimos bien temprano, todavía de noche durante buena parte del año. Salgo de mi casa a las 6:40 a tomar el colectivo en la ruta”. Para los que desconocen los inviernos patagónicos a esa hora la noche está bien oscura y las temperaturas pueden oscilar los dos dígitos, bajo cero.
Le pregunto si alguna vez contaron cuantas horas tienen arriba del trasporte urbano de pasajeros para hacer sus actividades cotidianas y me contesta con una onomatopeya determinante: “ppfffff”.
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Me animo y les consulto a las tres en cómo definirían a sus experiencias educativas. A sus escuelas, hablando desde el llano. “Integradora, comunitario y empático”, resume Piuke, con una síntesis admirable como si ya lo tuviera pensado. Y agrega: “creo que hay que saber aprovecharla y entender que somos afortunados sobre todo al tener ciertas comodidades como el gimnasio al lado del colegio y los talleres que son tan variados de contenidos. Lo bueno de la escuela también es la comida y una de sus cocineras “la Chana” a quien amamos (risas)”.
“A Virgen también va mi otro nieto y uno de mis hijos, así que estamos bastante familiarizados. Es por eso que me gustaría agradecer porque es una escuela que llega a puntos estratégicos donde otros establecimientos educativos no están. La secundaria más cercana está a más de 15 kilómetros de nuestro hogar. Entre los que cursan hay chicos jóvenes y algunas señoras ya mayores como yo que nos encantaría que en el futuro existan talleres, como corte y confección porque amamos hacer costura”, sostiene Gladys.
Vero entiende que “lo bueno es que hay diferentes proyectos, y uno de ellos es el de plantas medicinales. Así es que con los chicos estamos haciendo un librito con información, sobre plantas y recetas, que lo vamos a presentar y va a estar esa información en forma virtual disponible para la comunidad. En síntesis son escuelas inclusivas, con procesos bastante flexibles. A mi hija la han acompañado, son muy compañeros y nos avisan cualquier cosa que pasa y nos tienen en cuenta siempre. Todavía recuerdo que en pandemia nos llamaban a todos a ver si necesitábamos algo para comer”.
Quedamos pensando sobre esos duros momentos vividos durante la pandemia y la importancia de las instituciones. Hasta que Gladys continúa: “Son muchos los vecinos del barrio los que aquí han aprendido panadería, computación o electricidad. La verdad es que nos puso muy contentas que venga la escuela al barrio y que quede tan cerca que no te podés olvidar que esté ahí presente. Incluso a veces funcionan otras actividades, como cuando vino el Registro Civil, así que sirve tanto como escuela y lugar de encuentro. Por eso para mí son buenas. Siempre les digo a mis nietos; en las escuelas de Gente Nueva no sos un número, aquí los profesores se preocupan de que el chico aprenda, a estar atentos de qué les pasa, a integrarlos a los grupos y eso no se ve muy seguido. Mi hijo curso en otra escuela y la verdad es que siento la diferencia. Aquí se tratan mucho los problemas y ayudan a los chicos, es como si fuera otra familia que se incorpora a la tuya”, concluye Gladys.
Miramos el reloj y el tiempo pasó volando. Me dicen que se tienen que ir. Salimos del automóvil donde nos amuchamos para abrigarnos del frío de junio y conversar mejor. Después nos tomamos la foto que acompañará esta entrevista. Nos despedimos con un beso y un abrazo de esos que quedan guardados en algún lugar del alma. Están apuradas. Tienen algo impostergable que hacer: tienen que ir a la escuela.